Por Atilio Borón.
Sociólogo, politólogo, catedrático y escritor argentino. Doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Harvard.
Publicado en Página 12 (Argentina).
Este domingo el mundo asistió a un milagro sin precedentes en la historia política mundial. La segunda vuelta de la elección presidencial que se dirimía entre el “candidato-presidente” -así llamado porque Daniel Noboa, millonario y prepotente violó la norma que impide a un presidente ecuatoriano seguir en funciones si se postula para la reelección- y Luisa González arrojó un resultado asombroso: la candidata de Revolución Ciudadana obtuvo el 44.35 % de los votos, una cifra casi idéntica a la que obtuviera en la primera vuelta: 44.0 por ciento. Noboa, por su parte, se alzó con 55.65 % de los votos cuando en la primera vuelta había terminado con 44.17 % y fue reelecto como presidente.
La tasa de participación estuvo en línea con las habituales en ese país: 83,70 % del censo electoral. Contrariando toda la experiencia internacional en el balotaje González apenas incrementó el porcentaje de su votación en 0.35 % mientras que su rival lo hizo en poco más de once puntos porcentuales. ¿Cómo se explica tamaña discrepancia?
Digamos para empezar que el Consejo Nacional Electoral, que el presidente maneja a su antojo, cambió los lugares de votación pocos días antes del proceso electoral. Además el Gobierno decretó el estado de excepción recortando fuertemente la libertad de tránsito y reunión, y los últimos diez días de la campaña Noboa se cansó de repartir bonos a manos llenas: para jóvenes, emprendedores, afectados por desastres, para los policías, etcétera, por un total equivalente al 0.5 % del PIB del Ecuador.
Además, durante toda la campaña se verificó una inédita presencia de las fuerzas armadas, se cambió el comando que debía proteger a González mientras llegaba al país Erik Prince, fundador y líder del tenebroso grupo paramilitar Blackwater invitado a “colaborar” en el combate al narcotráfico y para erradicar la violencia en ese país. En otras palabras, las condiciones mínimas de previsibilidad, libertad y tranquilidad social brillaron por su ausencia el pasado domingo en Ecuador. Andrés Arauz, Secretario General de Revolución Ciudadana, al igual que Luisa González, denunció la “siembra de actas” en distintos lugares del país y, a modo de prueba, publicó en las redes sociales seis actas electorales sin las firmas conjuntas del presidente y secretario de las juntas receptoras de voto. Todas favorecían a Noboa.
Pero lo que sorprende y suscita múltiples interrogantes es el hecho de que Luisa González haya logrado un número prácticamente idéntico, salvo por un par de decimales, al que había alcanzado en la primera vuelta. ¿Es razonable que tal cosa ocurra en un balotaje? La respuesta es un rotundo no. Si analizamos la experiencia latinoamericana en la materia veremos como invariablemente, los dos contendientes en cualquier balotaje aumentan su caudal electoral. En Argentina, la segunda vuelta de la elección presidencial del 2023 muestra que Javier Milei, que en la primera había obtenido un 29.9 % de los votos saltó hasta un 55.6 % en el balotaje, mientras que Sergio Massa pasó del 36.6 al 44.3 %. En Chile, en 2021, Gabriel Boric que en la primera vuelta había sido derrotado por José A. Kast (27.9 contra 25.8 % de los votos) logra “dar vuelta” ese resultado y triunfa en el balotaje con 55.9 contra 44.1 % de Kast. Al igual que en el caso argentino, ambos competidores mejoraron su gravitación electoral. Lo mismo ocurrió en las presidenciales colombianas del 2022: Gustavo Petro se impuso en la primera vuelta con 40.3 % de los votos, mientras que el ultraderechista Rodolfo Hernández terminaba lejos, con 28.1 %. Pero en el balotaje Petro sube hasta llegar al 50.4 y su rival crece casi veinte puntos hasta llegar al 47.3 %. En Uruguay, 2024 el frenteamplista Yamandú Orsi se impone en la primera vuelta con 43.8 %, contra 26.8 de Álvaro Delgado, del Partido Nacional, pero en el balotaje éste suma veinte puntos porcentuales más y llega al 48 %, insuficientes para derrotar a Orsi que se empinó hasta el 52 %. Y quedándonos en Ecuador, en la elección de agosto del 2023 Luisa González obtiene la primera mayoría relativa con 33.6 % contra 23.4 % de Daniel Noboa. En el balotaje Noboa suma casi treinta puntos más y finaliza ganador con 51.8 % prevaleciendo sobre Luisa, que crece pero no lo suficiente para ganar y llega al 48.1 %. Repito: en los balotajes los dos finalistas aumentan su caudal electoral.
No obstante, ahora nos encontramos ante una más que sospechosa anomalía porque la candidata de Revolución Ciudadana que había obtenido el 44.0 por ciento de los votos en la primera vuelta (contra 44.1 de Noboa) en el balotaje repite casi milimétricamente el resultado al obtener 44.3 % mientras que el ilegal “candidato-presidente” crece hasta llegar al 55.6 %. Estadísticamente hablando, la probabilidad de que un candidato obtenga un resultado casi idéntico, con una diferencia de apenas dos o tres décimas, en dos elecciones separadas es casi cero. No digo que sea imposible, sí que es harto improbable, teniendo en cuenta que después de cerrada la primera vuelta se selló una alianza con el movimiento indígena Pachakutik que había obtenido poco más del 5 % de los votos y que once encuestas de distintas consultoras todas daban como ganadora a González por una diferencia de entre 3 y 4 por ciento de los votos. Se impone revisar un conteo voto a voto, porque ese fatídico 44 por ciento puede ser más el resultado de una ecuación matemática que la expresión de la ciudadanía ecuatoriana.
Porque, pensémoslo bien: ¿cuál es la probabilidad de que millones de personas actuando con total independencia unas de otras y en un contexto muy distinto al anterior -amenaza de muerte a Luisa González, nuevas alianzas, votos de los indecisos, etcétera- repitan casi exactamente un mismo porcentaje, con un margen de diferencia de un par de décimas del uno por ciento? Sin ser un matemático pero habiendo tomado varios cursos de estadística, me arriesgo a decir que ese número parece más bien surgido de una ecuación matemática incorporada en el sistema de conteo de votos que de un genuino recuento de la voluntad popular. Las encuestas no son infalibles, pero tampoco suelen fallar con márgenes tan amplios como los que surgen de este rarísimo resultado electoral. Se impone un recuento, uno a uno, de los votos. En caso contrario, la sospecha de que Noboa se robó la elección pesará sobre su presidencia hasta el último día de su mandato.