Por Jorge Elbaum.
Sociólogo, periodista argentino. Doctor en Ciencias Económicas.
La decisión de Donald Trump (foto) de imponer aranceles a 185 países es la confirmación de la debilidad económica de los EEUU y su imperiosa necesidad de recuperar una primacía perdida frente a la República Popular China. La orden ejecutiva firmada el 2 de abril es el resultado de las políticas iniciadas hace cinco décadas, cuando Ronald Reagan impulsó –junto a Margaret Thatcher– el neoliberalismo, modelo que planteaba la supremacía de los mercados financieros y auguraba el advenimiento de una sociedad postindustrial. La tercera fase de esa deriva impuso la globalización como un destino ineludible acorde con lo sugerido por Francis Fukuyama en el «Fin de la Historia».
Mientras la financiarización se encargaba de desvalorizar las capacidades productivas –considerándolas como la expresión de un pasado perimido ligadas a la Revolución Industrial–, la globalización motorizaba una deslocalización de las empresas, orientada hacia los países emergentes, con los objetivos articulados de maximizar la explotación de las fuerzas de trabajo y debilitar a las organizaciones sindicales. Para principios del Siglo XXI, la participación de la industria manufacturera en el Producto Bruto Interno (PBI) de los EEUU suponía un 14 por ciento. Hoy ese guarismo apenas alcanza 11 puntos y el empleo industrial solo ocupa al ocho por ciento de los trabajadores. La desregulación de los mercados, la autonomización de la «timba financera» de la propagación de las guaridas fiscales y la proliferación de los fondos de inversión derivaron en la crisis económica del 2008. Su conclusión fue el actual estado de debilidad productiva que el trumpismo pretende subsanar a costa del resto del mundo.
Los objetivos trumpistas pueden sintetizarse en: (a) detener la Larga Marcha de China hacia el liderazgo económico global, (b) mitigar el doble déficit, fiscal y comercial, con el impuesto arancelario a los 185 países, (c) forzar una reindustrialización y (d) garantizar el acceso a los recursos naturales, sobre todo minerales críticos, necesarios para dicha política productiva. Para lograr estos cuatro objetivos Washington decreta el fin de la globalización y advierte sobre la necesidad de impedir que otros países logren, como concretó Beijing, construir un sendero de crecimiento autónomo.
China era admisible –para los think tank occidentales– cuando solo ofrecía fuerza de trabajo barata. Dejó de serlo cuando se dispuso a insistir en la Ingeniería Reversa e invertir en ciencia, tecnología e innovación productiva. El vicepresidente James David Vance describió, en una conferencia reciente ante American Dynamism Summit, la decisión de por dar por concluida la etapa de la globalización. Además de los aranceles Trump les exige a sus vasallos europeos que financien su propia defensa adquiriendo aparatología bélica a ser proporcionada por el el Complejo Militar Industrial. Gran parte de los 800 mil millones de euros que Von der Leyen anunció recientemente como meta para el plan de defensa de Bruselas de 2030 terminará, sin dudas, en las arcas de las seis empresas más relevantes del rubro (Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman, Boeing, General Dynamics y Palantir), ante la evidente crisis económica que sufren las dos grandes economías de la Unión Europea (UE), Francia y Alemania.
Otro de los mecanismos encarados por la administración del magnate rubicundo es impedir que diferentes segmentos de las cadenas de valor se produzcan en países capaces de imitar el trayecto que recorrió China o sean sus socios. Esta es la causa por la que algunos de los países más castigados por los aranceles son Vietnam, Camboya, Laos y Birmania, entre otros, que fueron los entornos donde fueron a instalarse las inversiones que abandonaron China –durante la primera presidencia de Trump–, con la ilusión de escaparse de los castigos de Washington.
Los aranceles funcionan en dos niveles. Por un lado, como sanciones unilaterales a empresas extranjeras, que son las responsables de afrontar los costos de ingreso al mercado estadounidenses. Pero también funcionan como dispositivo de extorsión. Esta metodología quedó expuesta en dos casos: el de Ucrania y el de Argentina, a quienes dispuso aranceles del 10 por ciento. En el primer caso, se le hizo saber a Volodimir Zelensky que dichas cargas podían reducirse o quitarse si renuncia la soberanía de sus minerales críticos. En el segundo caso, el Enviado Especial del Departamento de Estado para Latin America, Maurice Claver Carone, advirtió que el préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) podría otorgarse al Gobierno argentino si cancelara el swap con China. Según datos provistos en 2023 por el Banco Central, el préstamo de Beijing suma alrededor de 130 mil millones de yuanes, el equivalente a 18.500 millones de dólares, más del 70 por ciento de todas las reservas brutas, que alcanzan los 25.312 millones de dólares. Tanto los aranceles como los préstamos del FMI suponen mecanismos extorsivos, orientados a someter en términos geopolíticos.
Las negociaciones dispuestas por Trump buscan empoderar a las empresas estadounidenses para que recuperen cuotas de exportación a costa de toda la producción foránea. El modelo transaccional fue aprendido –según el biógrafo David Cay Johnston, escritor de “¿Cómo se hizo Trump?”– en las oficinas de los mafiosos Anthony “Fat” Tony Salerno y Paul Castellano, jefes respectivos de las famiglias Genovese y Gambino, propietaria del cemento utilizado para construir el Trump Plaza, el edificio de 58 pisos de Manhattan. Esa misma disposición para el chantaje es la que motiva las exigencias realizadas a la UE para que reduzca las “regulaciones discriminatorias” vinculadas a las empresas tecnológicas estadounidenses como la satelital Starlink o la Red social X, del megamillonario Elon Musk. Para imponer condiciones acordes al “Día de la Liberación” anunciado por Trump, el secretario de Comercio Howard Lutnick se encuentra abocado a la elaboración de un informe para tratar en forma bilateral con cada país y lograr ventajas en cada negociación particular.
El programa trumpista, sin embargo, se enfrenta a contradicciones, incertidumbres y riesgos. La creencia de que las sanciones unilaterales (sean embargos, bloqueos o aranceles) garantizan el sometimiento de las contrapartes no ha sido demostrada. Los casos de la Federación de Rusia, Venezuela y Cuba –más allá de su escala– indican que el poder de Washington no ha garantizado someter a sus pueblos ni a sus Gobiernos. La potencial inflación, la escasez de materias primas y las rupturas de las cadenas de valor son los temores que motivan las caídas de las acciones empresarias en la última semana. Por otra parte, el supremacismo explícito que motiva la limpieza étnica de inmigrantes latinoamericanos y caribeños aparece como contradictorio con la pretendida reindustrialización: gran parte de los trabajadores de la construcción –por ejemplo– la conforman los once millones de indocumentados que pretenden deportar.
La desesperación por la pérdida de un sitial privilegiado y los peligros de una potencial alianza del Sur Global junto con los BRICS+ –que prescinda o se desacople de Washington– quizás explique el nerviosismo y la improvisación que llevó a los funcionarios estadounidenses a arancelar con un diez por ciento los productos de las Islas Heard y McDonald, un territorio cercano a la Antártida, solo habitado por pingüinos. Algo puede fallar.