En una jugada geopolítica que ha provocado preocupación tanto a nivel nacional como regional, el presidente Javier Milei ha intensificado su acercamiento al Comando Sur de EEUU. Bajo el pretexto de reforzar la libertad y proteger la soberanía, el mandatario promueve una agenda que, en la práctica, parece empujar a la Argentina hacia una preocupante dependencia estratégica.
El proyecto más controversial es la instalación de una base naval en Ushuaia con financiamiento y presencia activa del gobierno estadounidense. La obra, valorada en 360 millones de dólares, es presentada por el Ejecutivo como una iniciativa que convertirá a Argentina en un punto clave de acceso a la Antártida. No obstante, múltiples voces advierten que esto supone una cesión simbólica y efectiva de soberanía en un territorio particularmente sensible, donde se superponen los intereses de potencias como China, EEUU y el Reino Unido.
Entre los principales opositores figura el gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella, quien denunció que el proyecto podría ser funcional a la estrategia británica en el Atlántico Sur. En una provincia marcada por la memoria de la guerra de Malvinas, la presencia de militares extranjeros refuerza la percepción de que el gobierno nacional está abandonando los principios históricos de defensa del territorio.
La preocupación se profundiza cuando se considera el discurso oficial en torno a las Malvinas. En una fecha cargada de simbolismo, Milei afirmó que Argentina debería aspirar a un desarrollo tal que los isleños deseen ser parte del país. Esta visión, que legitima el derecho de autodeterminación de los habitantes del archipiélago, es vista por muchos como una claudicación del reclamo soberano consagrado en la Constitución.
La alineación con Washington va más allá de lo territorial: revela una política exterior unilateral que debilita los lazos regionales y posiciona a Argentina como un actor cada vez más aislado en Sudamérica. Las críticas de líderes como Lula da Silva y Nicolás Maduro, aunque ideológicamente dispares, coinciden en el diagnóstico de que Milei conduce una diplomacia errática y subordinada.
No se trata de ingenuidad, sino de una decisión ideológica consciente. En el modelo de Milei, la soberanía se interpreta como una apertura sin límites al capital y al tutelaje extranjero, incluso si eso implica entregar zonas estratégicas del país. En nombre de la libertad, el presidente está erosionando los pilares de la autodeterminación nacional. La gran incógnita es si Argentina podrá recuperar el control de su destino antes de que este modelo tenga consecuencias irreversibles.