Mientras el mundo observa con temor cómo se intensifica el conflicto entre Israel e Irán, una voz firme pero prudente se alza desde Latinoamérica. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha trazado con claridad una ruta de dignidad, paz y humanidad en su política exterior.
Lejos de discursos belicistas o de alineamientos automáticos con potencias, Sheinbaum ha optado por lo más difícil en tiempos de guerra, lo cual es tender puente en tiempos de creciente polarización. En un escenario internacional donde la neutralidad suele ser confundida con tibieza, la mandataria mexicana reivindica una neutralidad activa, valiente y profundamente ética.
“La política exterior de México está del lado de la paz, del derecho internacional y del respeto a la vida”, dijo Sheinbaum desde Palacio Nacional, con voz pausada, pero con mensaje potente.
Una postura de principios, no de presiones
Cuando los misiles vuelan entre Tel Aviv y Teherán, el mundo espera condenas simplistas. Pero el Gobierno de Sheinbaum propone otra cosa, la resistencia al odio, defensa de la diplomacia y compromiso con la legalidad internacional. No es una evasión; sino una toma de posición desde la conciencia.
En medio del fuego cruzado, Sheinbaum pide respeto a la vida civil, rechaza toda forma de terrorismo, pero también exige que Israel frene su escalada militar contra Gaza.
La narrativa dominante quiere dividir el mundo entre “buenos” y “malos”. Pero la presidente mexicana, lejos de aplaudir ataques ni alinearse rápidamente con potencias, ha defendido la neutralidad como ejercicio activo de soberanía, no como equidistancia vacía.
Mientras gobiernos “progresistas” del Norte callan o justifican, Sheinbaum reconoció formalmente al Estado palestino, un acto que ningún presidente mexicano anterior se atrevió a ejecutar. No es sólo diplomacia: es desobediencia frente al relato imperial.
En boca de las potencias, la paz es un eslogan vacío. En boca de México, se convierte en principio. Frente al horror de la guerra, Sheinbaum ha insistido en el multilateralismo, el diálogo y el respeto entre naciones, rompiendo con la lógica de bloques que arrastra a los pueblos a guerras ajenas.
A contracorriente de quienes quieren convertir a México en eco de Washington o Teherán, Sheinbaum ha insistido en el derecho de todos los pueblos a vivir en paz y con autodeterminación.
Una presidenta con raíces y con visión
Hija de científicos, descendiente de inmigrantes judíos, Sheinbaum conoce el peso de la historia. Su voz es especialmente simbólica, no solo habla como jefa de Estado, sino como alguien que entiende, en carne y memoria, lo que significa ser parte de una diáspora marcada por el dolor.
Pero no se encierra en identidades. Se proyecta como lo que es, una líder global capaz de hablarle a Medio Oriente desde América Latina, y recordar que en este mundo herido, los puentes salvan más que los misiles.