En un continente marcado por profundas desigualdades, tensiones ideológicas y una historia de vaivenes políticos, la figura de José «Pepe» Mujica se destacó como una voz singular en la defensa de la unidad latinoamericana. El expresidente uruguayo, conocido mundialmente por su estilo austero y su retórica cargada de humanismo, ha sido también un férreo defensor del integracionismo regional, una causa que considera esencial para el futuro del continente.
Durante su presidencia (2010-2015), Mujica no solo lideró reformas sociales progresistas en Uruguay, sino que también promovió activamente la cooperación entre los países de América Latina. Su visión del integracionismo no se limitaba a lo económico, sino que abarcaba también lo político, lo cultural y lo social. “Si seguimos mirando hacia afuera y no hacia nosotros mismos, vamos a seguir siendo una hoja al viento de los intereses globales”, dijo Mujica en más de una ocasión.
A diferencia de otros líderes latinoamericanos, Mujica logró mantener relaciones fluidas tanto con gobiernos de diferentes signos políticos. Su habilidad para dialogar con todos los sectores lo convirtió en un referente moral que trascendía las fronteras ideológicas. En foros como la CELAC, UNASUR y MERCOSUR, promovió el diálogo y criticó abiertamente la fragmentación política que obstaculiza la integración regional.
“Latinoamérica no puede darse el lujo de pelearse entre sí, cuando afuera hay intereses mucho más grandes que se benefician de nuestra desunión”, advirtió en su intervención ante el Parlamento del MERCOSUR en 2014.
Más allá del discurso económico habitual, Mujica introdujo una perspectiva profundamente ética en el debate sobre la integración. Su insistencia en que el desarrollo no debía medirse solo por el PBI, sino por la calidad de vida de los pueblos, le valió respeto incluso entre quienes no compartían sus posturas políticas.
En múltiples encuentros internacionales, alertó sobre los peligros de un continente que prioriza las exportaciones de materias primas sin invertir en ciencia, educación y tecnología propias. “La integración tiene que servir para que nuestros pueblos vivan mejor, no solo para que nuestras élites comercien más”, enfatizó.
A pocas horas de su fallecimiento, cobra especial relevancia la profunda huella que ha dejado en la sociedad latinoamericana. Su partida ha generado una ola de reacciones y homenajes que reflejan el impacto de su vida y legado en la región.
El presidente uruguayo Yamandú Orsi expresó su pesar, calificando a Mujica como un «referente» político y destacando su «profundo amor» al pueblo y a su país. Líderes como Evo Morales de Bolivia, Gustavo Petro de Colombia y Claudia Sheinbaum de México también rindieron homenaje a su legado de lucha por la justicia social y la integración regional. Desde España, el presidente Pedro Sánchez lo recordó como un político que vivió la política «desde el corazón».
La figura de Mujica ha trascendido las fronteras de Uruguay y ha dejado una marca indeleble en la política y la cultura de América Latina. Su vida y obra continúan siendo fuente de inspiración para quienes luchan por un continente más justo, solidario e integrado. Su legado perdurará como un recordatorio de que la política puede y debe estar al servicio de las personas.