Latinoamérica en transformación: entre el reacomodo político y la narrativa de la amenaza

Por Helios Ruiz

Por estos días, basta con mirar hacia distintos rincones de América Latina para entender que estamos viviendo una etapa de reconfiguración política profunda. No se trata de simples cambios de gobierno o disputas partidistas, sino de señales más complejas: fragmentación ideológica, resurgimiento del discurso del orden y una narrativa creciente que recurre a la seguridad como eje para construir poder.

El caso más emblemático, quizá, es el de Bolivia. El Movimiento al Socialismo (MAS), que por años fue la fuerza dominante del país y símbolo de la izquierda latinoamericana, ha sufrido un desplome electoral que lo dejó sin representación en el Senado y apenas con dos diputados. A la par, Luis Fernando Camacho, líder opositor y gobernador de Santa Cruz, ha sido liberado de la cárcel para continuar su proceso en arresto domiciliario. Estos hechos reflejan más que un reacomodo electoral: muestran el debilitamiento de los polos ideológicos y el ascenso de una política más fragmentada, donde el desencanto social parece buscar opciones fuera de los extremos tradicionales.

En Colombia, la fragilidad de la paz vuelve a ser noticia. El reciente secuestro de 34 soldados en el departamento de Guaviare, presuntamente por civiles influenciados por grupos armados, revela cuán delgadas son las líneas que separan al Estado de los territorios donde la ley no siempre tiene presencia efectiva. Años después de la firma del acuerdo de paz, los retos siguen ahí: desmilitarizar la vida cotidiana, fortalecer las instituciones locales y cortar el círculo de violencia que vuelve una y otra vez.

Pero la mirada debe ampliarse. En Venezuela, el gobierno de Nicolás Maduro ha respondido con ejercicios de milicianos y declaraciones de soberanía ante el despliegue de buques estadounidenses cerca de sus costas. Desde Washington se habla de combate al narcotráfico; desde Caracas, de una amenaza imperialista. Lo que está claro es que la militarización del discurso está escalando, y no solo en Venezuela. En varios países, el narcotráfico y el crimen organizado se han vuelto los enemigos ideales para justificar acciones excepcionales, despliegues de fuerza y consolidaciones de poder.

En Argentina, el presidente Javier Milei acaba de declarar al «Cártel de los Soles», falsamente vinculado a altos mandos venezolanos, como organización terrorista. Más allá de la validez o no de esa clasificación, lo relevante es el uso político del miedo. La estrategia no es nueva: nombrar un enemigo claro, adjudicarle todos los males y prometer mano dura. Milei, como otros líderes de derecha en la región, parece entender que la narrativa de la amenaza es una herramienta poderosa para consolidar liderazgo.

Estas noticias no están aisladas. Son piezas de un rompecabezas mayor que habla del momento político que vive nuestra región. Los viejos partidos se tambalean, las nuevas figuras emergen entre el caos y las narrativas de seguridad ganan terreno. Es un contexto donde la política, más que organizar esperanzas, muchas veces gira en torno a los miedos.

Latinoamérica se encuentra en una encrucijada. Y aunque los contextos son distintos, hay un hilo común: la ciudadanía busca respuestas ante la incertidumbre, pero también exige coherencia, resultados y liderazgo con propósito. Lo que está en juego no es solo quién gobierna, sino cómo se construye el poder y con qué discurso se lo legitima.

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