Por Santiago Caetano y Fabián Cardozo
La pequeña localidad de San Javier, en el departamento de Río Negro, guarda una historia única. Fundada en 1913 por unas 300 familias del grupo religioso «Nuevo Israel», llegadas desde la región rusa de Voronezh, esta colonia agrícola se instaló a orillas del río Uruguay y con el tiempo se convirtió en un símbolo de resistencia cultural. Fue la primera colonia rusa en América Latina.
La historia de San Javier también ha estado fuertemente signada por la época de la Guerra Fría y la represión política en los años de la dictadura Cívico-Militar en Uruguay (1973-1985). De allí fue oriundo Vladimir Roslik, militante del Partido Comunista y médico formado en la Universidad Amistad de los Pueblos «Patrice Lumumba» de la Unión Soviética, quien se convirtió en la última víctima en morir bajo tortura durante aquel luctuoso período de la historia reciente del país. Arrestado y asesinado poco antes del retorno a la democracia en 1985, su figura se transformó en un símbolo de la represión de ese período, y en su localidad natal se erigieron varios monumentos en su memoria.
En este sentido, a pesar de los momentos trágicos, los descendientes de aquellos inmigrantes han logrado mantener vivas las tradiciones de sus orígenes, al tiempo que fueron integrándose a la vida cultural y política del Uruguay. Asimismo, la música, la danza, la gastronomía y el idioma siguen formando parte de la vida cotidiana del pueblo, que se ha transformado en un puente cultural entre Uruguay y Rusia.

Un ejemplo destacado de esta herencia es la Fiesta del Girasol, que cada año reúne a visitantes de distintos puntos del país. Esta celebración no solo preserva las tradiciones traídas por los primeros colonos, sino que también las difunde entre la comunidad uruguaya en general. Asimismo, la enseñanza del idioma ruso en las escuelas locales fortalece ese vínculo cultural que trasciende fronteras.
La historia de San Javier demuestra que la inmigración no solo aporta mano de obra al país, sino que también oficia como un factor de diversidad y riqueza cultural, a la vez que posibilita los intercambios con otras naciones del mundo. Sobre la particular significación de esta localidad, dialogamos con las Directoras de los Centros Culturales Máximo Gorki de San Javier y Montevideo, Nely Verónica Subotin Bondarenko y Martha Siniacoff respectivamente.
Hoy en día, “en San Javier somos mayormente uruguayos descendientes de rusos, por lo que el vínculo con dicho país se da particularmente a través de la herencia cultural, la cual promovemos en nuestras actividades en el Centro Cultural del pueblo”, indicó Subotin Bondarenko. Recordando a sus antepasados, afirma que si bien nunca hubo obligación alguna de aprender el idioma ruso, sus abuelos decidieron mantenerlo vivo, así como también las festividades, las danzas y la cultural culinaria del país euroasiático.
Sobre la producción local, los inmigrantes rusos trajeron consigo técnicas agropecuarias novedosas para el medio en ese entonces: “ellos cosechaban el girasol y hacían su propio aceite, y es por este motivo que a San Javier se lo llama la capital del Girasol en nuestro país”, explicó.

“Nuestros abuelos siempre estuvieron muy agradecidos por las tierras que les dieron en su momento, pero igual tenían muy presentes sus raíces, incluso en momentos muy difíciles en la historia, en las que supieron mandar ayuda a Rusia”, afirmó Subotin Bondarenko.
En ese sentido, afirma que en la actualidad ellos mantienen los lazos afectivos y culturales con Rusia porque es una forma de honrar a sus antepasados. A pesar de las dificultades, “trabajamos siempre para que se mantenga el idioma, para que no se pierda nuestra identidad y nuestra condición de colonia rusa que somos”, explicó.
Sobre el conjunto de danza Kalinka, además de danzas típicas rusas, también practican las de otros pueblos eslavos. “Nuestro grupo de danza practica coreografías propias de los pueblos rusos, ucranianos y bielorrusos, debido a la enorme diversidad cultural de nuestros antepasados”, dijo. A su vez, “cabe mencionar que el grupo es muy promocionado en Rusia, porque desde allí saben sobre nuestra historia”, indicó.

Por su parte, Siniacoff afirmó que el Centro representa a las colectividades rusa, ucraniana y bielorrusa; y se fundó inicialmente en Montevideo, “predominantemente por inmigrantes rusos”, indicó. Hay que destacar que los rusos a nuestro país llegaron en tres oleadas distintas: “los que fundaron San Javier producto de su escisión de la Iglesia Ortodoxa de Rusia; los que vinieron luego de la Revolución de Octubre; y los que lo hicieron tras la Segunda Guerra Mundial. Estos últimos fueron quienes fundaron el Centro Cultural Máximo Gorki en Montevideo”, explicó.
Siniacoff destacó la creciente demanda de cursos de idioma ruso en Uruguay: “vemos mucho interés y curiosidad del país por los estudiantes uruguayos, muchos de los cuales proyectan continuar sus estudios en Rusia”, remarcó.
La historia y las tradiciones de la comunidad rusa en Uruguay han construido un auténtico puente cultural entre ambos países. Gracias a su presencia, la lengua, la gastronomía, la música y las costumbres rusas se han ido integrando en la vida uruguaya. San Javier, en particular, no solo ha preservado la memoria de sus inmigrantes, sino que se ha convertido en un símbolo vivo de intercambio y amistad, mostrando a Rusia como un socio no solo en lo comercial, sino también en lo cultural, algo de gran valor estratégico para Uruguay y la región.
El ejemplo de San Javier demuestra cómo una comunidad inmigrante puede dejar una huella positiva en las relaciones internacionales, promoviendo el respeto por la diversidad cultural y el entendimiento mutuo entre pueblos.




























